Por la mañana solo quedaban
cinco.
Elizabeth Valchar celebra los
dieciocho años con sus cinco mejores amigos en el barco de sus padres. Allí se
quedan a dormir. De madrugada, un ruido constante la despierta, como un golpeo
pesado, de algo vivo contra el barco, un pez grande quizá atrapado entre el
muelle y la popa... Hace frío en la cubierta y Elizabeth se agarra con fuerza a
la barandilla. Al llegar justo encima del sonido, mira hacia abajo y ve una
persona, una chica como ella, empapada, anegada, boca abajo.
Una
historia de amor y de fantasmas. Un relato con moraleja con un apasionante
comienzo y un ingenioso final.
Liz despierta en medio de la
noche y descubre que está muerta…
Pero nada de esto tiene
sentido. Cómo es capaz de ver su propia muerte y por qué no puede recordar nada
de lo que paso. En su afán por encontrar respuestas, Liz decide ir a buscarlas y
en su camino encuentra a Alex.
Alex, es un excompañero de
clase de Liz, quien había muerto hacia un tiempo y vagaba en el mundo en busca
de respuestas y perdón. Al ser la única persona (…o ser fantasmal) que puede
verla decide ayudarla, aunque no va a ser fácil. Liz es superficial,
egocéntrica, egoísta…en resumen, absolutamente insoportable.
No es un personaje por el cual
se pueda sentir simpatía, pero a lo largo de la historia su comportamiento deja
de ser el de una niña caprichosa y muestra las razones detrás de sus acciones;
a partir de los viajes a su propia memoria que hace en compañía de Alex.
A medida que Liz va uniendo las piezas del misterio de su muerte, también va conociendo algunos secretos de su familia, amigos y de su novio; pero también encuentra algunas respuestas acerca de la muerte de Alex y el por qué sigue aquí.
A medida que Liz va uniendo las piezas del misterio de su muerte, también va conociendo algunos secretos de su familia, amigos y de su novio; pero también encuentra algunas respuestas acerca de la muerte de Alex y el por qué sigue aquí.
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